“La popularidad precisa de buena memoria
para los nombres, de amabilidad, de presencia en la calle, de trato liberal, de
publicidad correcta y de una buena imagen política. Lo primero requiere que
hagas patente que eres capaz de conocer a todos y cada uno por su nombre y
apellidos”. (Comentariolum Petitionis, de Quinto Tulio Cicerón 102-42 a.C.)
Probablemente Argónidas nunca existió, o
no tuvo una existencia constatable en este mundo nuestro de bullanga y
sacrificio. Pero a alguien le gustó el nombre y lo convirtió en un mito. Sólo
nombrarlo y cobraba una dimensión real, presente, agobiante. Argónidas era
nuestra propia sombra, pero con autonomía de movimientos.
Se inicia la campaña electoral en
Andalucía. La primera de un año de múltiples citas con las urnas y de
desconcierto en los equipos de campaña de los partidos.
·
Toca volcarse en la televisión y en los espacios de campaña que cederán
a los partidos en aplicación de una cuestionable proporcionalidad –dicen unos-.
·
No, no, en absoluto, debemos estar en las redes sociales –opinan otros-,
ahí se va a jugar la hegemonía.
·
Hay que encontrar un camino para la movilización de los indecisos y eso
pasa por inocular la idea de cambio –para unos- o de peligro al cambio –para
otros-.
Y
hay que encontrar un candidato que no provenga de la vieja política. Un
candidato de la nueva hornada; ya lo pasearemos por los platós para elevar su
nivel de conocimiento.
¿O tal vez una veterana osada y lenguaraz
con miles de horas de televisión y decenas de responsabilidades políticas en la
mochila?
Las redes sociales, el
infoentretenimiento de las tertulias televisivas, los periodistas de aquí y los
de allá, los columnistas monotemáticos o los que siguen al dictado los
argumentarios de los partidos, todos ellos van a dibujar el perfil del
candidato, le van a construir su reputación. Su sombra.
Un Argónidas redivivo de movimientos
incontrolados, de reputación dispersa, de perfil incierto… salvo que los
equipos de campaña, conscientes del riesgo, sean capaces y tengan la
experiencia suficiente para devolver a Argónidas a laguna de la que nunca debió
salir.
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